lunes, 28 de noviembre de 2011

CENIZA Y MIERDA.

Un montón de matojos quemados inunda tus vías respiratorias durante un par de segundos. Desayuno de humo y fuego. Contaminación voluntaria. Sucedáneos. 
Intentas ser aceptado públicamente sin saber que lo estás intentando. No funcionas. Nerviosismo constante. Te despiertas de un salto y ya no puedes volver a dormir, no sabes por qué. Qué pasa. 
Qué demonios te pasa. Pasan los años. Acudes al loquero para que te recete más sucedáneos de los sucedáneos. 
A pesar de que pensabas que no, que jamás, has entrado en el juego. Te miras en el espejo, en las porterías por la calle, en las ventanas. A la mínima oportunidad te miras. Observas con escrutinio cada uno de tus fallos, de tus irreversibles imperfecciones. 
Y saltas por la noche. Sigues yendo al loquero a por tu ración de sucedáneos. A por tu paquete de Xanax de todos los meses, a por tu paquete de tabaco y a por tus malditas cápsulas de café. 
Te bajas del autobús, te subes en el metro, transbordo en Dondequieraquestés. Vas, vienes, vuelves. Te alimentas a base de humos y agua adulterada. Sucia. 
Cada vez menos carne en el cuerpo, cada vez menos músculo y más hueso. 
De repente te miras y ves tu brazo diminuto encendiendo otro cigarro. Estás contento. Tu muñeca no abarca lo que aprieta la de un orondo y seboso individuo de esos a los que jamás te debes de parecer.
Gastas. Necesitas más ropa, más complementos, más y más ropa. La necesitas para trabajar, para vivir, para seguir necesitando tus sucedáneos. Tu café diario y tu esclavitud eterna. 
Felicidades, has triunfado. 
Cásate. Vete del nido. Vuela y alquila, si eres listo. Si no lo eres pagarás una hipoteca a cincuenta años. Pero no lo harás. Alquilarás y comprarás muebles que sean aptos para hipotéticas visitas dignas de mención. Tu jefa. La jefa de tu pareja. Tus padres. O quien sea. Ahora sí que desayunas ceniza, y cada vez más. Estarías en los huesos de no ser por las comidas familiares y de empresa, que no son obligatorias. Pero si se te pasa por la cabeza no asistir habrás firmado la sentencia de muerte. Comidas, cañas, copas, cenas: humo y más humo. 
Estás enganchado a la vida, donde no educaron a nadie para saber hacer nada. El único conocimiento del comprar. Consumir. Necesitar. Gastar. Producir para gastar una y otra vez en las mismas cosas. Usar y tirar hasta morirse. Enganchado por el cuello como un lechón en la carnicería del supermercado que hay enfrente de casa.

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