lunes, 28 de noviembre de 2011

Why?

Ya no sabía qué maquinar para permitirme, qué cojones, poder continuar con todo por hacer.
Vaguear, lo llaman.
Tocarse las pelotas, dicen.
Y el coño, añaden.
Desconocía cómo llegué a soportar durante tanto la rigidez en el bloqueo del ancla que a mi comportamiento sustentaba.
Apatía, suponen.
Calma Total III, titulan.
Chorrada candente, indico, cuando se presenta el pasado con un futuro que se idealiza para aclararme (o intentarlo) que iluminarse es de cobardes bronceándose para satisfacer los reclamos de un cáncer que se materializa. Insiste en aquello de que encenderse da hambre y en lo otro, en lo de que marginarse es la opción que antes se deja de lado en la cabaña del humano al lado de resolutiva situación, aterrándose por los ojos de desechos fabricados.
Escombros, frutas y órdenes, todo desparramado en su siempre repetitiva desproporción. Semillas rezumando lo inmaduro de quien las plantó en el suelo de un terreno que hace las veces de techo para ratas sociales y cucarachas sin exoesqueleto. Abono completísimo, claro. Mierda va, oye.
Apretando dientes, siempre. Mandibular acoso a la estabilidad física y emocional.
Ojeras negras y anteojeras desubicadas. Soñando en imaginar, sentada, que camino muy despierta y que no me es necesario girar el cuello para mirar a ningún lado. Ese cuello, roto, y los brazos, masturbados, culpando de ello al escozor. Las piernas encogidas y el torso malhumorado. El cuerpo, en general, derrumbada.
Tirada.
Tumbada.
Arrastrada.
Embancarrotada.
Mente derretida y corvas asesinas golpeando muebles.
Letras restregando el sudor aparecido tras el qué calor, qué calor y qué bochornoso antojo de voces adheridas, señor.
El sentido de un sueño, jajaaá, me lo voy a tragar, claro, como hizo la señora de vida religiosa y costumbres recatadas hasta llegar, con la ropa puesta, a comerle la polla a un indigente sólo por diversión, por eso llamado apuesta.
El sentido de la vida, tráiganlo sin protección, que me va apeteciendo sodomizarlo sin compasión.
Obsoleto aburrimiento de intranquila ociosidad.
Me cago en tu dios y en el de todos los demás.
Voy a fingir que no he dicho nada (oh, qué dificultad) y, después, pues que me lleven a visitar a la euforia de sus estridentes conclusiones bautizadas.
Le pondrán nombre.
La cagarán.
Y ahí tendrán su final.

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