Supuso que, allá, a extraña altura, sería inútil sacarle nota alguna a aquel musical cerebro que, exprimido, sufría rezumando un jugo de esférica rigidez similar a la de aquellos ojos, sorprendidos, que empequeñecían sus pupilas al demostrarse la falta de rizado pelo. No como en la pseudo cima, en el reposar de su cabello encaramado.
Tergiversado.
Molestándose los lentos sabores de sus espaciados placeres. Alejados. Acurrucados. Entornados. Vomitados hasta el límite de lo ampliado. Jugueteados. Amaestrándose cualquier escapada, joder. Chiscándose ya, hostia, cual calamidad.
Figurándose, una vez más, que tiene la saliva suficiente como para dar de beber a toda la destrozada familia del esquimal albino, el que retomó la esencia de cabalgar haciendo ruido.
Sí. Como en vespino, de manera tan mal metida como bautizada al ser llevada. Incluso criada.
Con pernoctar sobraría, se decía, pero se equivocaba, pues nunca bastaría y por siempre pastaría.
Estaba claro: todo volvía a ser mentira, como cualquier asimetría. Como la realidad. Como la fantasía. Como perder el tiempo rellenando los huecos de tanta letanía.
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