jueves, 16 de julio de 2015

Harta.

Estoy harta de las voces metálicas enlatadas que salen de los sucios altavoces.

Estoy harta de que me recomienden, de los cinturones y de la seguridad.

Estoy harta de las normas, también de las que son absurdas y sobre todo de las innecesarias.
Pero estoy especialmente harta de la letra pequeña; de los que van por la espalda, que te ofrecen paraísos terrenales en islas desiertas y luego las llenan de víboras para que coman tu cuenta corriente, por cierto, también estoy harta de las cuentas corrientes, de lo corriente, en general.

Harta del conformismo, del “saber estar y comportarse”, del “estudia si quieres ser alguien” del “niño, deja ya de joder con la pelota”. A ver cuando nos enteramos de que joder es necesario para salvaguardar la especie.
Harta del neoliberalismo, del abuso de autoridad, de las prisas, harta de los competentes y las competiciones, de la comida basura, de la ropa de marca y los televisores de plasma, del toque de queda.
Harta del modernismo, de los clichés y las modas, de los clones, de la burocracia y los tecnócratas.

Harta de la justicia robada, de las verdades compradas, de los informativos, de los debates de la televisión, de los partidos de la televisión, de las series de televisión, de la televisión.

Harta de los plenos del congreso y del congreso, de los congresistas y de alimentar con nuestro sudor a su familia.

Harta de no beber en los parques, de no fumar en los bares y de quitarle el mono a policías drogadictos con mis porros y aguantar su prepotencia.
Harta de la prepotencia y de la falta de todo: de amor, de besos, abrazos, arañazos, sonrisas, miradas complacientes, miradas sexuales, miradas furtivas, miradas, de comunicación, de sexo, de sentido común, de sentido, de paz.


Harta de la apariencia, de la gente que ‘va de’ y no es absolutamente nada.
De los medios de desinformarción y de las radio-fórmulas. Harto de acumular y acumular, de comprar y comprar, de gastar y tirar.

Harta del “acuéstate temprano”, “no fumes”, “no te drogues”, “come a tu hora”, “portate bien”, “cuidate”… Que no me cuido, joder, que no quiero vivir hasta los ochenta para jubilarme a los sesentaysiete , que muy bien lo tenéis que pasar en el asilo los que os torturáis cuidadosamente de críos.

Harta de la seriedad, de la puntualidad, del tiempo, los relojes, los horarios, las horas y todo lo que coarta mi libertad de decidir qué y cómo en cada momento.

Harta del amor cursi, de casarse (porque sí), del amor insano, de tener hijos (porque así ha de ser).
Harta de la unilateralidad del amor y de su lucha de egos, harta del amor que te venden en las marquesinas y cumplimos a raja-tabla.

Harta del s.XXI y de las luces, de las casas que joden las primeras líneas de playa, de los eufemismos y de los que siempre quieren quedar bien (por encima de todo).

Harta del miedo que nos infunden y no nos deja follar tranquilos.

Harta del Rey, de la reina, del príncipe, de las infantas, de sus primos, sus cuñados, sus tíos, sus yernos, sus abuelos y todos sus muertos. De la realeza y de los vagos que viven a costa del resto.

De la heteronomía hasta los treinta, de los colegios de curas, de los curas y sus curas.
De las multinacionales, de los monopolios, de los empresarios, de las empresas.
Harta de la jerarquía, de la oligarquía.

Harta de la democracia.

Harta del “tú no debes” mucho más del “tú no puedes”.
Harta de los genocidios que permite dios y que avalan las superpotencias, harta de las superpotencias.

Harta de no poder sonréir a la gente cuando paseo porque o están mirando a su smartphone o se van a sentir agredidos.

Harta de que le hayamos robado la plenitud a la vida.
Harta de ser cómplice de todo esto.
Harta de no saber cambiar nada sin el resto.
Harta de estar harto.
Harta.

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